9.09.2005

Cegado por humo de Derby corriente y Nescafé Tradidición

En plaza Ñuñoa había un señor sentado en una banca bajo el peso de su gran, gran ponchera, mientras consumía, con breves y gozas caladas, el tabaco de su cigarrillo que, de seguro, no era Derby, pero quizás sí era corriente. Su frondosa barba y sus brazos tendidos sobre el respaldo de la banca me hicieron darme cuanta donde estaba. Estaba en plaza Ñuñoa (como ya dije), y ese señor era el único afortunado con la posibilidad de jactarse de estar sentado solo en medio de la plaza Ñuñoa, fumando un literarísimo cigarro, después de la lluvia (porque recién había estado lloviendo). Y sentí el olor a tabaco, recordé las variadas manifestaciones del humo del cigarro, adjuntamente recordé el sabor del café, y de todo lo que implica estar en una mesa, en medio de ese humo, ese sabor, ese efecto hiperactivador, que en exceso produce reacciones estomacales desagradables. Y se me ocurrió que la literatura y la bohemia se habían reducido al olor del humo del tabaco y al sabor del café. Pero luego me dije "imbécil, son símbolos, no tienes razón alguna para ser tan burdo". Sí sé que suena burdo, pero se sienten vacío... el concepto digo, cigarro y café. "El problema es que tu nunca has sido un literato, ¿qué hueá te has creído? Si supieras lo que es la literatura, si supieras lo que es la bohemia, quizás ahí dejaría de ser simplemente tabaco y cigarro".

Tao, detente, tu tenías una idea, no la pierdas.

Todo lo anterior ocurrió, en parte, mientras pasaba al lado del señor, y en parte, aquí, hace poco, escribiendo, pero lo que ocurrió después de pasar por el lado del señor, es decir, prosiguiendo la historia, fue que me supe a mi mismo hablándome con la intención de emular un trozo de alguna cosa escrita por un intelectual bohemio, es decir, utilizando el típico y resobado lenguaje, timbre y ritmo hediondo a lo que ahora conceptualizaremos como cigarro y café, es decir, resobándome en metáforas y en rebuscadas rebuscaciones para no decir lo que se quiere decir directamente, sino que de alguna forma que lo infiera. Lo cual me pareció extraño, porque no es algo que yo suela hacer. Y me pregunto "bueno, pero ¿qué tiene de malo?". Y me respondo que es un sobre-esfuerzo mental innecesario, que de esa forma, lo único que voy a sacar va a ser pensar más lento. Además de que esa pseudo-necesidad de producir algo literariamente rescatable, era producto de una sensación de auto-insuficiencia, de una pseudo necesidad de demostrarme a mi mismo que era capaz de pensar de forma ordenada, coherente y en lo posible adornadita (huy, la literatura, es taaaan... cigarro y café). Esto producto de un severo rechazo a mi adolescencia estúpida, a mi manía por andar tarareando canciones que nadie conoce y que a nadie le interesa conocer, para probarme a mi mismo que puedo dejar de ser un pendejo, al menos si me digno a intentarlo. Y es que quiero ser todo un intelectual, envidio de sobremanera a Cortázar y a su preocupante manera de chorrear genialidad por los poros... es algo que a uno lo hace sentir pequeñiiiiito. Pero tampoco me voy a poner a patalear ni a lloriquear, como el niño que no quiero ser, por no serlo. Sublimo esta necesidad hueona llamando la atención en un blog, pero en fin, mejor eso a pescar una metralleta y balear a todo mi colegio.

Iba además, mientras cruzaba la plaza, cargando con una pequeña decepción... ojalá que momentánea; y es que toda esta masturbación mental tenía un propósito... y ese propósito perdía sentido.

Paso a traducir:
Un tipo es fanático de un grupo musical, tiene todos los álbumes y la pieza forrada en posters, está fascinado con el líder de la banda. Llega el día en que la banda (de reconocimiento internacional) se presenta en su país, y el tipo se consigue una credencial para pasar a los camarines. Una vez ahí, con su ídolo, se da cuenta de que el tipo no es tan genial como se lo imaginaba, porque es fome y solo dice idioteces. El tipo tiene todos los álbumes y la pieza forrada en posters, pero el grupo ya no el gusta. A ese tipo de decepción me refiero.

Y la verdad es que es una real paja tener a un pseudo Cortázar metido en la cabeza, narrándote la vida de una forma que a penas tu mismo entiendes, y más encima haciéndolo sin toda su genialidad característica. Sería entretenido poder auto-narrase la vida de otra forma, sin ese tono, ni ese ritmo, ni ese olor a tabaco y café, pero puta que es fome.

Eso no más quería decir.